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Jorge Omar Viera / Paula Siganevich

Las Constelaciones indiferentes, el último libro de Jorge Omar Viera publicado en 2015 en Madrid por la editorial Funambulista es el tema de este intercambio. Viera es autor de Mientras gira el viento, de la misma editora y que fuera publicado por primera vez en Argentina por Ediciones Grumo en 2005. El autor se define argentino-español, actualmente vive en Londres pero residió en España, USA, Francia y pasó largas temporadas en Brasil y Marruecos.

2016-07-24 13:53 GMT+01:00 Paula Siganevich <psiganevich@hotmail.com>:

Hola Jorge, hace una semana que volví de mi viaje. Al principio, durante los primeros días, todo estaba bien, pero a medida que pasa el tiempo extraño más y me resulta difícil adaptarme a la rutina y a los problemas sociales que hay en Argentina. Vos me escribías hace poco, a tu vuelta de Argentina, sobre el trauma pos viaje. Tal cual. Hay que volver en serio con la cabeza. Una solución fue ponerme a trabajar. En ese sentido me gustaría volver a la idea de nuestra correspondencia. Hoy retomé tu libro Las constelaciones indiferentes y la lectura de nuestro correo anterior. De la revisión de la primera parte, que vuelvo a apreciar mucho, me surgen algunas ideas que te paso:

¿Las constelaciones es un libro sobre el africanismo, cómo te vinculaste con el tema? ¿Cuál es el sentido político del africanismo? Me interesaría saber cómo pensas hoy los acontecimientos que tienen lugar en Europa, el brexit, la tragedia de los inmigrantes sirios a partir de tus reflexiones sobre esas cuestiones.

Espero ansiosa las primeras notas!!!!

Cariños

Paula

 

De: Jorge Omar Viera <jomarviera@gmail.com> Enviado: domingo, 07 de agosto de 2016 12:17 p.m. Para: Paula Siganevich Asunto: Re: Correspondencia

Hola Paula

Espero que estés bien. He estado de punta, como te dije. Pero no por eso te he olvidado, ni nuestros proyectos. De hecho, he estado escribiendo unos tramos de nuestra correspondencia. Lo que pasa es que las preguntas que me hiciste son fascinantes ¡pero difíciles! Mucha geopolítica para condensar allí. Hay una tarde de sol maravillosa en Londres hoy. Lamentablemente no llegaste a ver el verano londinense, que consiste de pocos días (pero aterciopelados y mágicos, hay algo del orden de lo intransferible acerca de la experiencia, de la fascinación de esta ciudad).

El otro día me acordé de vos porque fui a visitar a uno de mis clientes, que está en el piso 24 del edificio Cheese Grater (el que tiene la forma de un rallador de queso) justo a la vuelta del Leadenhall Market, donde nos encontramos y comimos nuestra pizza.

Carta en breve.

Un gran abrazo

Jorge

2016-08-15 16:04 GMT+01:00 Paula Siganevich <psiganevich@hotmail.com>:

Hola Jorge,

Hoy feriado en Buenos Aires. Estamos encaminando la nueva salagrumo y como veo que no me escribis pienso que tal vez estás con algunas ocupaciones o preocupaciones. Solo te pido que no te preocupes!!! Yo también estuve trabajando un montón. Me tocó dar un taller de escritura y viajé a Misiones, ahora de vuelta con bastante resfrío. Pero bien.

Te mando un abrazo

Paula

 

​De: Jorge Omar Viera <jomarviera@gmail.com> Enviado: lunes, 15 de agosto de 2016 01:58 p.m. Para: Paula Siganevich Asunto: Re: Correspondencia

Hola Paula

¿Feriado? ¿Qué es un feriado? Tal cosa casi no existe en el calendario inglés. Más que preocupado, vivo atosigado. No olvidé la correspondencia y no escribí corto, sino tal vez demasiado largo. La carta estaba reposando a la espera de una revisión. Pero hagamos lo siguiente: te la mando como está y te fijás. Si te parece que debemos editarle o sacarle algo, me lo mandás. La principal razón de mi demora ha sido que tus preguntas eran muy interesantes, pero muy políticas, y me obligan a pensar en un terreno particular. En fin, fijate y vemos.

Después te contesto las demás cosas. Andá leyendo y me contás.

Muchos besos

Jorge

Archivo

“¿De dónde salen los libros que uno escribe? Buena pregunta. Sería tan fácil decir que el origen de Las constelaciones indiferentes es puramente vivencial y que surge de mis caprichosos y frecuentes viajes por Marruecos en los primeros años de este siglo y que por lo tanto el libro tiene un valor documental, autobiográfico o “auto ficticio” y que el único africanismo implícito en el libro es el que yo viví, o el que yo me inventé, y ya. Lo opuesto también sería cierto. Que el libro es por completo artificial y que surge de intrigarme por los escritos etnográficos del teniente coronel Ángel Doménech Lafuente que me pasó en su día mi amiga María Requena, quien por la época en que me empezó a dar vueltas por la cabeza este relato –circa 2006- trabajaba en la Biblioteca Central de Madrid.

Doménech Lafuente fue un militar del ejército franquista destinado por Franco al remoto puesto de Sidi Ifni, hoy sur de Marruecos, a inicios del siglo XX. Pero era al mismo tiempo un literato y un etnógrafo aficionado, una especie de sabio zumbado, un personaje casi inverosímil y entonces sería factible decir que el libro es el resultado de un africanismo colonial que yo no viví ni experimenté. Un africanismo vicario. El hecho de que mi personaje no esté basado para nada en la biografía de Domenech sino en la fantasía de lo que hubiera sido para mí una experiencia similar, no contribuye a aclarar las cosas.

¿Pero, en realidad, qué es el africanismo? Decimos África con una facilidad pasmosa, pero al acercarnos a ella poco tiene sentido, o el sentido que pudo tener la palabra África se nos deshace y ya nada nos parece africano sino más bien complejo o confuso o proliferante, a menos que no nos percatemos jamás de las gafas de explorador europeo que llevamos puestas desde la infancia. Decimos también Marruecos con asombrosa facilidad y no escasea el malentendido de llamar a los marroquíes árabes, cuando en verdad los marroquíes nativos son de la etnia amazigh, a su vez mal llamados bereberes, los bárbaros, los indígenas en su día invadidos, islamizados y cruzados por los árabes.

Escribí este libro en la provincia de Cádiz, entre el Puerto de Santa María y Jerez. Y allí, si uno se llega a la costa atlántica, desde cualquier lugar de la así llamada Costa de la Luz, en cualquier día claro, de los que hay muchos al año, se divisa África. La visión es emocionante, pero sobre todo si uno piensa que lo que divisa es África, o las luces de Tánger, o las luces del Continente Negro, o algo así en plan clisé lírico y exotizante. De otro modo lo que uno ve es un horizonte del que surgen unas rocas y alguna vegetación, algunos yuyos, bah. Y, de noche, un collar de luces. En realidad lo que uno ve es una costa, con sus accidentes costeros, y nada más. Pero al valorar la visión uno no puede evitar anclar, o encallar, en el nombre que arrastra una pléyade de sentidos mágicos. Entonces uno no puede evitar decirse a sí mismo: es la palabra, estúpido. Es África, pero la idea, no el continente, no la visión. Bien decía el gran viajero Ryszard Kapucinski que “salvo por el nombre geográfico, África no existe”. África es una entelequia y el africanismo vendría a ser algo así como una entelequia al cuadrado.

Entonces, el sentido político de escribir una historia sobre África está en la osadía misma de la palabra que intenta contenerla, comprenderla, asirla, dominarla, resumirla. Y no estoy proponiendo renegar de esas gafas del explorador que nos hacen ver a África de esa forma, ni mucho menos considerarme yo mismo como un visionario privilegiado, por fuera de esa visión. El africanismo se trata, para mí, de aceptar que miramos a través de esas gafas y que en algunos casos somos parte de la visión misma. O se trata de proponer que juguemos con esas gafas y sus reflejos, sus sombras, sus distorsiones para, al menos, descubrir que así es como miramos.

El africanismo, para los militares franquistas de los años treinta del siglo pasado, glosados en este libro, era otra cosa. Designaba un territorio moral y un proyecto político y una idea de civilización. Pero ese proyecto solamente se sostenía desde una idea fuerte de Metrópolis y de conquista. Sin embargo, cuando uno se encuentra varado en algún lugar de África, como le ocurre al teniente coronel de mi novela, rodeado de nativos de diferentes etnias y tribus, que no son más que mercenarios enganchados al ejército español por afán de supervivencia, sobre un territorio que desde el inicio ha sido difícil mapear, en un puesto aislado y a merced de los elementos naturales –las tempestades, el siroco, el calor intenso, la problemática disciplina de la tropa, el parloteo en una panoplia de lenguas ásperas y desconocidas, la comida extraña, la música hipnótica de los lugareños- todos esos elementos se confabulan para socavar el propósito mismo de la misión y los valores mismos que la arrostran.”

2016-08-18 15:03 GMT+01:00 Paula Siganevich <psiganevich@hotmail.com>

Querido Jorge,

Pensé mucho en las diferencias culturales que se ven en el libro. Se cruzan dos historias: la de un teniente coronel del ejército franquista destinado en África a mediados del siglo XX, Elías Laplace Oria, que se vincula con la cultura bereber y la de un periodista freelance radicado en Madrid que está al cuidado de su hija, una niña de tres años, en el año 2007, casi la actualidad. Cuando el periodista encuentra el libro El territorio, una especie de diario de viaje escrito por Laplace Oria piensa en los contrastes, las culturas occidentales, la superioridad hegemónica española durante la ocupación, problemas todos que son candentes en estos días de avance del terrorismo del Isis sobre Europa. ¿Qué pensas de todo esto, de tanta violencia?

Besos

Paula

 

De: Jorge Omar Viera <jomarviera@gmail.com> Enviado: sábado, 20 de agosto de 2016 07:28 am. Para: Paula Siganevich Asunto: Re: Correspondencia

Al fin con más tiempo en sábado. Como sos tempranera, tal vez esta carta te sirva de factura para el desayuno. Además de las facturas, recuerdo nuestras primeras charlas sobre el libro en Palermo, en Croque Madame, en tu casa, las charlas sobre Mar Azul, tanto el lugar geográfico como el lugar Vidal, el libro azul de Paloma, la charla sobre la supervivencia de Alicia al golpe del ‘76 y las huidas a Europa. Veo ahí aparecer marzo de este curioso año 2016, en Buenos Aires.

Más besis

Jay

Archivo

“Las constelaciones indiferentes es un juego con la historia y ese juego necesita volumen. El relato dentro del relato le confiere ese volumen, digamos que el contraste entre tiempos es la levadura del pastel. 2007, el tiempo de la narración, es una fecha clave, así como lo es 1935, el tiempo de la fábula. Un año después, en ambos casos, el mundo tal cual lo conocimos habría dejado de ser. España, Europa, dejarían de ser lo que fueron en 1936 y en 2008 otra vez. Esa es la elipsis que imprime extrañeza entre los dos períodos y un tono menor, algo ominoso, a todo el relato. El teniente coronel Elías Laplace Oria, es un personaje adusto, con la mentalidad estólida de su época, pero además es indómito y se rebela contra un estado de cosas. Los valores del mundo del que proviene (España, Asturias, el entorno militar, un bastión del conservadurismo) están a punto de disolverse en el caos de una conflagración nacional y luego global. Europa intentó, después de estas conflagraciones, el formidable experimento de la convivencia en paz entre países, etnias y grupos tan diversos como los que pueblan los 55 países de África. Lo que distinguía y distingue a Europa de otros bloques económicos es que, además de un proyecto político y un acuerdo comercial, tenía un proyecto social que pasaba por el bienestar de sus ciudadanos. Todo eso se quebró con la lamentable gestión de la crisis financiera de 2008 durante la cual países que nunca pagaron sus deudas de guerra, como Alemania, decidieron erigirse en gestores implacables de aquellos países que no cumplían sus objetivos de convergencia. El recelo ante unas autoridades que se perciben como remotas y crueles –además de lentas e insensibles-, Bruselas, el BCE, la Comisión Europea, estaba servido. Curiosamente, la bomba no explotó en los eslabones más débiles, como España o Grecia, donde los poderes locales generaron políticas serviles de destrucción del tejido social, sino en una sociedad por comparación opulenta, como es la inglesa, y se produjo el Brexit. Crisis mal liquidadas, como la de la Europa presupuestaria antepuesta a la Europa social, corren paralelas a la desastrosa gestión de las crisis de zonas enteras de África y medio oriente. La innecesaria guerra de Irak fue la guinda de un pastel de invasiones punitivas e intervenciones más o menos veladas en la política interna de un grupo de naciones y etnias cuyas fronteras, para empezar, estaban mal trazadas sobre la liquidación de sucesivos colonialismos y sin coincidir con sus feudos tribales. La historia, parece insinuar mi relato, es un gigantesco malentendido.

Especular sobre la emergencia de ISIS en este revoltijo de intereses encontrados excede las posibilidades de un mero escritor de ficción. Baste decir que la izquierda bienpensante, de cuño setentista, no ha hecho más que empeorar las cosas. Mientras tendía al relativismo cultural, al victimismo de grupos privilegiados por su ojo selectivo (las víctimas palestinas tienen mucho más prestigio que las víctimas del sur de Sudán, por ejemplo) o al buensalvajismo desbocado (todos los “otros” son por naturaleza mejores) nos empezaron a meter bombas en el culo. Ahora la guerra es global otra vez y el enemigo, formidable en su atomización, puede describirse a veces como una manga de otarios que ni siquiera necesitan entrenamiento o una orden ejecutiva para destruir. Les basta con su propia desidia, con su propia cobardía, con su propia frustración por existir, y con una convocatoria vaga, pero efectiva, a inmolarse en nombre de algo. Ese algo, sin embargo, es muy claro y es lo que los diferencia del militar de mi cuento, autoritario, equivocado, pero secretamente dispuesto a cambiar: no sé quiénes son ni qué persiguen los combatientes de ISIS. Lo único que me queda claro es que, a diferencia del teniente coronel de mi cuento, son seres que no aman la vida.”

2016-08-22 16:52 GMT+01:00 Paula Siganevich <psiganevich@hotmail.com>:

Hola Jorge, amigo!!!

Aquí estamos, de nuevo recordando las facturas!! Son una constante de los viajeros que regresan, siempre por más facturas.

Volviendo al libro, una cuestión que me entusiasmo de Las Constelaciones es que tiene la condición de ser un verdadero tratado sobre el lenguaje. Lo que siempre busco y a veces encuentro en la lectura, el trabajo sobre el lenguaje, la preocupación por el lenguaje, el relato del lenguaje, el lenguaje como tema. En este caso la historia misma se centra en un misterio de la lengua: para el español llegar a África significa enfrentar el poder de sus subordinados que usan una lengua para él misteriosa y desconocida que aparece con signos que no puede interpretar. Para el traductor, el que encuentra la historia, descifrar ese desconocimiento. Para cerrar el círculo de la lectura tu libro tiene varios registros de lengua según la voz que entra en la escena. No lejos de nuestras reflexiones sobre la diferencia, me parece que en el libro además de los temas, las diferencias o el conocimiento se juegan en el lenguaje. Hay una oración que lo dice: “ …la distancia se mide en tiempo, el tiempo se mide en luz, y la sabiduría se mide en lenguas” (20) Es que las constelaciones de estrellas que el militar observa en el cielo de África son un enigma a descifrar. No sé, al final hay tanto de indescifrable…Cierro por el momento esta charla que me deja pensando.

Te mando un abrazo

Paula

 

Selección de un fragmento de Constelaciones

Âncora 1
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