Bajo la ventana
por Daniela Versiani
tradução de Paloma Vidal
Aquí, septiembre de 2015.
Amigo,
Esta mañana desperté y los encontré aquí, justo debajo de la ventana. Es un grupo pequeño. Las mujeres, sentadas en el piso. Los hombres, reunidos en un grupo aparte, conversan con la cabeza gacha. Hay pocos viejos.
Las mujeres traen invariablemente un bebé en brazos. En torno de cada una de ellas, dos o tres niños un poco mayores. La mirada perdida, los calzones holgados. El hambre y el cansancio tienen fea cara. No sé si la gente de aquí, cuando le ve la cara, le ve de veras la cara al hambre y al cansancio. O si ve el color de los ojos, el color de la piel, el color del pelo.
Yo los veo y me siento rara. Cerca o lejos de ellos, me siento rara. Porque la verdad es que, si ahora estoy cerca de sus cuerpos – digo, físicamente –, sigo lejos de otros modos. Y no se trata de distancia medida en creencias, o cultura, o lengua. No soy tan torpe. La distancia es de otra naturaleza y me cuesta explicarla. Esa distancia creo que viene del tiempo. Porque viven en un tiempo diferente del mío.
No se trata de decir que vivan en el pasado y, yo, en el presente, como si el tiempo fuera de hecho ordenado: pasado, presente y futuro. El tiempo del que hablo es el tiempo de la vida ancha. Porque mi vida, la vida que me dieron mis padres y mis abuelos, porque renunciaron a su tiempo por mí, sí, es de una vida ancha.
Yo vivo el tiempo de esparcir piedras y romper telas. De bailar y recoger uvas en viñedos. De abandonar las piedras. Pero ellos, ellos las recogen una a una, las piedras. Y también recogen hilos, para coser telas. Mi tiempo de morir, de perder y plañir, ya pasó. Ellos viven en pleno tiempo de ausencias. Es ésa la distancia que me separa de ellos.
Yo todavía no los había visto así, en la condición de gente de verdad. Con menos carne que hueso, pero, aun así, gente de verdad. Yo siempre los veía a través. Vivían en el interior de aquella caja iluminada de la cual me recuso a decir el nombre, porque me transformó en este alguien que de tanto ver ya no ve nada más. Pero esta mañana desperté y los encontré justo aquí: basta con abrir la ventada y estirar un poco el cuello.
Por lo que puedo observar, la caminata fue larga. Algunos llegaron con zapatos. Cuando decidí hacer el camino de vuelta hasta aquí, entré por la puerta de adelante y con los pies calzados. Por eso digo: mi tiempo es de veras otro.
Parece que nosotros, amigo mío, que en los últimos años conmemoramos la caída de algunas fronteras, tendremos que entrar en nueva fase de lamentos. Porque las reacciones han sido variadas, pero la gran mayoría de las veces van de la pena más deshonrosa y obligatoria al gas lacrimógeno y chorros de agua. El acogimiento generoso y afectivo, raro, viene de los voluntarios que van a recibirlos de cuerpo presente en las fronteras. Un vecino mío fue. Bajo la mirada desconfiada de otros dos. Cobarde, me quedé, ocupada en pensar.
Con excepción de los voluntarios, la gente de aquí me es extraña, a pesar de que, finalmente, sea mi gente también. El modo como hemos reaccionado es curioso. Tenemos dificultades para conectar los hechos actuales a recientes hechos pasados de los cuales formamos parte más que activa, y que trajeron esta gente hasta aquí. No me refiero a hechos que se extienden desde nuestra antigüedad. Me limito a los recientes embrollos político-militares, a los juegos de poder, control y manipulación, al comercio de armas. Incapaces de sumar dos y dos, parecemos sorprendidos. No nos dimos cuenta que estuvimos todo este tiempo a la espera de los bárbaros.
Yo, que hice el camino de vuelta de aquellos que ya estuvieron bajo la ventana de alguien, no comprendo muy bien a los de aquí, aunque también forme parte de ellos. Porque no puedo olvidarme que también los míos estuvieron hace poco tiempo bajo la ventana de alguien. Todos debieron un día acabar bajo la ventana de alguien. Porque la mayoría de nosotros solo comprendemos por la carne.
Lo que más extraño de ahí es nuestra tendencia a la acogida. Aunque sea resultado más del hábito que de la generosidad. El hecho es que ese gesto no les cuesta mucho. Porque, siendo parte de ustedes que seamos extranjeros, nadie es extranjero de verdad por ahí, y cuando aparece uno bajo la ventana, para el bien o para el mal, es considerado uno de los nuestros. Y no me digas, mi querido amigo cínico, que estoy idealizando las palmeras de nuestra tierra. Hasta ustedes tienen algo de bueno, finalmente.
Miro por la ventana, y recuerdo el cuento de Clarice. El que narra la historia de amor – porque sí es una historia de amor – entre el Explorador Marcel Pretre y Pequeña-Flor. Ella, en el fondo oscuro de la selva, feliz por aún no haber sido devorada. Él, asustado porque Pequeña-Flor decidió rascarse donde alguien no se rasca. Finalmente, amigo, todo se resume en esto: unos, felices por no ser devorados; otros, asustados con un mísero y pequeño gesto. Rascarse nos hace inhumanos. Ese es el modo de pensar de Marcel. Rascarse es el horror de Marcel. Pero lo que veo, de aquí de la ventana, son los gestos de padres y madres protegiendo a sus hijos. Marcel Pretre no debería confiar en sí mismo para explicar lo que vio.
Perdón si recurro a Clarice. Sé de tu antipatía por ese modo cerebral-femenino de escribir. Pero ocurre que, en la actual coyuntura, necesitamos pensar así. Necesitamos pensar – pensar muy bien – metidos en la vena que conecta el cerebro al corazón. Necesitamos entender las cosas de un modo oscuro. Necesitamos ver en la oscuridad.
Con esta gente justo debajo de la ventana, nosotros de aquí tendremos finalmente que prestar cuentas con nuestra propia incoherencia y des humanidad Hace tres siglos ellos vienen diciendo que, como imperio, no son como todos los demás imperios, y que están empeñados no en la misión de controlarnos, sino de educarnos y liberarnos. No es eso que veo estampado en el rostro de los que nos asomamos por la ventana: lo que veo es el horror de Marcel Pretre.
Y la incoherencia no para por ahí. Porque, a lo largo del tiempo en que fueron un imperio, los de aquí nos volvieron a todos cada vez más mezclados de lo que ya éramos, pero, y está aquí la incoherencia, también nos redujeron, y redujeron, y redujeron. Hasta que todos, ellos y nosotros, pasáramos a creer que somos apenas blancos, negros, occidentales u orientales. Apenas cristianos, judíos, musulmanes y etc. Homogeneidad y esencia: conceptos obtusos por medio de los cuales pensar. Y que solo pueden llevarnos a la violencia e intolerancia.
A los de aquí nos gustan los dichos primitivos, los dichos salvajes, cuando nos damos a ver el mercado de las artes, como personajes de películas y libros, como objeto antropológico o como los nativos de las localidades turísticas que nos gusta visitar en vacaciones, en una especie de peregrinación que revive los viajes de conquista de nuestros antepasados. Nosotros les gustamos a los de aquí, en fin, como curiosidad. Pero todo cambia de figura cuando los bárbaros nos ponemos justo debajo de la ventana. Porque, para la gente de aquí es imposible ser, o continuar siendo, con un extraño viviendo al lado. Preferimos que yo me quede justo allí, debajo de sus ventanas. Mejor que mi cuota salvaje quede solo un poco más lejos que solo un poco más cerca. A los de aquí les gusta la idea de diversidad en tanto ficción, en tanto el buen salvaje está en el papel. La gente de aquí le damos vuelta a nuestra incoherencia escribiendo una cosa y practicando otra. Y sin embargo, cuando es ella la que predomina, nos alegramos. Porque la incoherencia aun es mejor que el odio. Vea a qué punto llegamos.
Al nosotros le disgusta el otro por lo que el otro es, pero vos sabés, de ser – de ser otro- es imposible retractarse. Entonces el nosotros se ofende. Estoy sorprendida de que la gente de aquí aun no haya desvariado, tamaña es la necesidad de ellos de orden y dar nombre a lo que existe. De clasificar a esa gente entre las realidades reconocibles.
Como dije, los de aquí actuamos como si no estuviéramos todo este tiempo a la espera de los bárbaros. Pero el hecho es que estuvieron actuando todo ese tiempo como ese “nosotros” de la frase del poeta: “¿Que será de nosotros sin los bárbaros?”. Yo no quiero necesitar de bárbaros para darme un sentido a mí misma. ¿Vos queréis?
Sí, amigo mío, mi pensamiento es tortuoso, ambiguo y confuso. Confundo verbos y pronombres. Es que estoy tanteando en la oscuridad. Y ver con las manos nos deja así. Pero también nos hace ver las cosas sin el distanciamiento a que nos limitan los ojos. Por la punta de los dedos vemos las cosas en sus fisuras y asperezas. Y pasamos a creer que los pronombres disponibles no son suficientes. Y no deberían ser suficientes. Los pronombres tal como son nos limitan el modo de pensar, nos obligan a pensar – y ser – de un modo y no de otro. Así, con las cosas tocándome realmente, tengo más certeza de pedirle: no me hagas poner coherencia en aquello que no posee.
Cuando las dos torres cayeron, la historia recomenzó. Pero esa gente justo debajo de mi ventana, tenemos la misma fuerza histórica. La fuerza de una onda desfavorable para nosotros. La onda está en repliegue. Y todos, los bárbaros civilizados e incivilizados, los humanos, deshumanos e inhumanos, estamos siendo llevados de rolado. Porque la onda nos embebe de miedo. Y nos ahoga. Y entonces nos acuesta delicadamente al lado de aquel niño en la playa.
Mare nostrum. Mare nostrum. Nunca un nombre estuvo tan equivocado. Y tan correcto, según el punto de vista de quien lo utiliza.
Hablo así, por alusiones, porque quiero confundirte. Quiero que no sepas en qué lugar meterte en las deixis y pronombres de esta carta. Quiero que te quedes planeando entre todos ellos y en ninguno. Quiero que te quedes ahí, desesperado en torno de una solución que te tranquilice. Y que, con ellos, te quedes perdido, confuso y sin respuesta. Quiero ser cruel con vos. Quiero que vos y nosotros nos ahoguemos juntos en aquel niño.
Una seña a los de ahí,
D.
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ALGUNAS PALABRAS DE LA AUTORA
Esta epístola ficcional forma parte de la novela en construcción Cartas do campus. Para fines académicos, siguen abajo las citas y fuentes de donde se retiraron algunas apropiaciones constantes del texto.
“Every empire, however, tells itself and the world that it is unlike all other empires, that its mission is not to plunder and control but to educate and liberate." (SAID, Edward. Blind Imperial Arrogance. Vile stereotyping of Arabs by the U.S. ensures years of turmoil, Los Angeles Times, July 20, 2003)”.
“No one today is purely one thing. Labels like Indian, or woman, or Muslim, or American are not more than starting-points, which if followed into actual experience for only a moment are quickly left behind. Imperialism consolidated the mixture of cultures and identities on a global scale. But its worst and most paradoxical gift was to allow people to believe that they were only, mainly, exclusively, white, or Black, or Western, or Oriental”. (SAID, Edward. Cultura e imperialism. Vintage Books, 1993, p. 336.)
Referencias bibliográficas:
ARENT, Hannah. As origens do totalitarismo. São Paulo: Companhia das Letras, 1989.
BARTHES, Roland. Aula. Rio de Janeiro: São Paulo: Cultrix, 1996.
CLIFFORD, James. A Experiência Etnográfica: Antropologia e literatura no século XX. Rio de Janeiro: Editora UFRJ, 1994.
ECLESIASTES 3. A Bíblia: tradução ecumênica. São Paulo: Paulinas, 2002.
KAVÁFIS, Konstantinos. À espera dos bárbaros. In: ___. Poemas. Rio de Janeiro: Guanabara, 1986
LISPECTOR, Clarice. A menor mulher do mundo. In: __ Laços de família. Rio de Janeiro, Livraria Jose Olympio, 1974.
MONTAIGNE, Michel de. Dos canibais. São Paulo: Alameda, 2009.
MONTESQUIEU, Charles Louis de. Cartas persas. Rio de Janeiro: Martins Fontes, 2009.
SAID, Edward. Blind Imperial Arrogance. Vile stereotyping of Arabs by the U.S. ensures years of turmoil. Los Angeles Times, 20/07/2003. (http://articles.latimes.com/2003/jul/20/opinion/oe-said20) Acesso em 21/09/2015
SAID, Edward. Culture and imperialism. Vintage Books, 1993.
TODOROV, Tzvetan. A conquista da américa. Rio de Janeiro; Martins Fontes, 2008.
TODOROV, Tzvetan. Nós e os outros. Rio de Janeiro: Zahar, 1993.
Daniela Versiani é escritora, artista plástica e tradutora. É editora da RED_Revista de Ensaios Digitais (http://revistared.com.br/). Possui graduação em Ciências Sociais pela USP, Jornalismo pela Cásper Líbero-SP e doutorado em Estudos de Literatura pela PUC-Rio. Entre suas publicações, destacam-se A matemática da formiga, Três contos ilusionistas, Autoetnografias. Conceitos alternativos em construção, e Ler, comparar, pensar. Reflexões sobre literatura e cultura. Seu site: https://www.danielaversiani.com.